Al otro lado del túnel: Tingo María

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Cuando —de la nada— te das cuenta que tu amor por los viajes, conocer gente nueva y descubrir lugares diferentes es algo más generacional que un gusto personal, es que despiertas a la realidad de que eres uno más de los millones de millennials que cree ser único y diferente. Y no es que no lo seamos, ¡claro que sí! Solo que por alguna extraña razón tendemos a pensar que lo que nos pasa y sentimos nos hace distintos del resto de la humanidad.

Fue así como, intentando romper con mi poca distinción, pensé en algo que no sea el típico Eurotrip de no sé cuántos miles de dólares (que muchos hacen), ni tampoco el clásico Work&Travel lleno de lujuria y destrucción del que tus amigos hablan. En un esfuerzo de hacerme el interesante conmigo mismo y buscar algo diferente (al menos para mí), me crucé con un artículo sobre “Los 13 mejores lugares para acampar en Perú” en Facebook (Yep, I know… So millennial 😒). En ese momento hubo un “crack” en mi cabeza y pensé ¿por qué tantos nos rompemos la cabeza soñando con un viaje al otro lado del mundo, cuando en el interior del rico Perú se encuentra ese no sé qué por el que tantos gringos matan?. Leyendo este artículo encontré lo que nunca imaginé como una de las mejores experiencias de mi vida: Tingo María.

Unos días después ya estaba preparado: mochila lista, pasajes comprados y mi fiel libro en mano; además de, por supuesto, el mejor compañero de viajes. Llegamos a Huánuco y horas después estábamos en un colectivo con tres totales desconocidos atravesando cerros cada vez más selváticos, con una neblina 100 veces peor que la miraflorina en pleno mes de agosto y con una emisora de radio que, debo confesar, ha despertado en mí un peculiar gusto por la cumbia y la cerveza Cristal. Cruzamos un túnel y fue como llegar a otro mundo. El clima, el paisaje, el sabor de la gente, el olor a naturaleza y las expectativas habían dado un vuelco de 360º. Todos los árboles de Tingo María nos recibían con los brazos abiertos.

A pesar de que los pobladores locales nos recomendaron no acampar porque era época de lluvias y probablemente terminaríamos arrastrados junto con el río, agarramos nuestra carpa y nos adentramos hacia la Laguna del Milagro, en Aucayacu. Entre hormigas del tamaño de un corcho de botella de vino, abejas rojas y más mosquitos de los que algún día imaginaste, encontramos a John, un alma libre y viajera que nos acompañó una noche en que la laguna reflejaba todas aquellas estrellas que las luces de la ciudad no te permiten ver. La escena era espectacular. Nos hacía sentir en una especie de mundo paralelo donde no existen celulares, preocupaciones ni ningún otro tipo de distracción. Solo eres tú, tu compañía, las estrellas y un coro que la naturaleza te regala en una noche de luna nueva. Una noche en que no hay luna. Una noche en la que ella decide morir para, al día siguiente, sorprenderte con un nuevo nacimiento.Fue así como el viaje a Tingo María se convirtió en algo que realmente no me esperaba. Lleno de paisajes alucinantes, personas cautivadoras, temperaturas difíciles de superar y una que otra —por no decir miles— picadura de mosquito. Y es que recién en ese momento me di cuenta que, al final, no se trata de cuán lejos fuiste para tener esa foto que publicaste en Instagram, tampoco de qué tanta locura tuvo tu viaje ni mucho menos de cuánto gastaste en él. Se trata de lo que te llevas, de lo que aprendiste, con quiénes compartiste y todo lo que te aportaron. Se trata de cambiar el lente al menos por un rato y darte cuenta que allá, al otro lado del túnel, hay personas que tienen una historia que contar y de todo lo que puedes aprender sobre la luna en una sola noche. Se trata de lo que sientes, de lo que absorbes, de las experiencias que se quedan en ti y que nunca vas a olvidar.Hoy me siento feliz. Me siento afortunado de darme cuenta que vivo en un país que muero por conocer. Soy chileno, me mudé a Lima hace 7 años y quiero comerme la cultura popular peruana. Quiero saber qué le pone un charapa al Tacacho para que le quede tan rico. Quiero aprender a pescar con redes en el Ñuro. Quiero tejer con una señora en el Ande y apreciar el cielo desde un caballito de totora en el Titicaca. Quiero eso y más. Pero, antes que nada, quiero estar bendecido por la casualidad y agradecido por la oportunidad.

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A mi dame un poco de música, un buen spot y si hay un sunset por ahí, mucho mejor. Si a la situación le agrego mi slackline y buena compañía, no necesito más. Me gustan las historias, pero las reales, las de carne y hueso. Esas que te hacen vibrar. Me gusta la fotografía. Soy fan de aquellas fotos que merecen guardarse para siempre, pero en la mejor cámara: la memoria. También me gustan los retos, esos que asustan, pero más que susto, motivan. Ah, claro, y casi me olvido de lo más importante: soy chileno, obvio; con sangre peruana, por supuesto.