Y de repente, Tayrona

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Tras unos días de excesivos placeres mundanos en Cartagena de Indias, me di cuenta que necesitaba salir. Todo bien con desparramarme sobre una hamaca concentradísima porque no se me caiga la piña colada sobre el libro que intento leer, pero era suficiente. Me quedaban aún tres días más de viaje y por más que esta ciudadela amurallada me seducía y me tentaba a quedarme más tiempo, sabía que tenía que irme. Y así fue.

En algún otro viaje a Colombia, escuché hablar de Tayrona. El solo nombre me inspiró una vibración en el cuerpo. Se trataba, decían, de un parque nacional. Una belleza natural, pura y virgen donde el Caribe y la selva están tan cerca que podrían susurrarse al oído. Me hablaron de un camino en medio de la espesura de un bosque, de mansas aguas cristalinas, de arena fina y blanca, de verdes montes e imponentes rocas, de un cielo tornasolado que se posaba sobre el horizonte. Te lo dije. Tarde o temprano te conocería, Tayrona.

Comencé a averiguar las posibles formar de enrumbarme a su encuentro. A 34 km de la ciudad de Santa Marta en la provincia de Magdalena en Colombia, 15 mil hectáreas –3 mil de ellas área marina- se encuentra extendido el Parque Nacional Natural de Tayrona. Hay dos posibilidades para llegar: en carro y en avión, ambos hasta la ciudad de Santa Marta.

Por temas de presupuesto teniendo en cuenta la poca antelación con la que decidí embarcarme hacia aquel destino, preferí tomar la ruta por tierra. Hay muchas líneas de bus que te llevan hasta Santa Marta. La que yo tomé fue la compañía Berlinas, la cual me recomendaron en el hostel Mi Llave en Cartagena ya que me podían recoger desde ahí mismo.

El viaje en bus –cómodo y con aire acondicionado- duró aproximadamente 4 horas. Si hubiera durado un día tampoco me hubiera importado. La ruta recorre todo el litoral del Caribe colombiano, desde Cartagena de Indias pasando por Barranquilla. Otro de los beneficios de esta compañía terrestre es que te deja en el hotel que decidas quedarte en Santa Marta o a sus alrededores. Averiguando y preguntando, me comentaron que la mejor opción para llegar luego a Tayrona –ya que queda a una hora del parque- era quedarse en el distrito de Taganga, precisamente esta era última parada que hacía el bus.

Como dormido en los brazos de la montaña, Taganga es el típico y característico pueblito de pescadores que elegí como refugio base para visitar el Parque Nacional de Tayrona. Siendo vecino de Santa Marta, la mayoría de mochileros me lo recomendaron por encima de ésta. Este paraje costero es un destino exclusivamente de relajación. El pequeño paseo por sus callecitas conglomera toda la vida del pueblo con sus restaurantes y chiringos de playa. Es un pequeño rincón bohemio que contrasta –felizmente- con el inmenso movimiento turístico de Santa Marta. Aquí, la mayoría de hospedajes son backpackers.

Apenas me bajé del bus, tuve que buscar un lugar para pasar la noche. En medio del ardor del mediodía y el silencio que caracteriza a este pueblo, una casona llena de colores y música llamó mi atención. Ni bien sobreparé frente a su puerta, me acogieron como si hubiera estado prevista mi llegada. El hostel se llama Divanga (www.divanga.com) y de bienvenida recibí un pool party (el cual realizan todos los fines de semana). Recomendado.

 

La mañana siguiente, siguiendo las averiguaciones del caso, encontré una agencia que me recogería del hostel a las 7 a.m. rumbo al Parque Nacional de Tayrona que abre desde las 8:00 a.m. Mientras uno llegue más temprano, mejor. Luego lo entenderán.

Cuando llegué, una ola de bochorno empapó mi cuerpo. Una especie de cabañita te recibe en la puerta donde uno tiene que hacer los respectivos pagos para luego proyectar un mini-documental sobre el parque, donde te cuentan consejos y explicaciones sobre qué se puede hacer y qué no: no introducir bolsas de plástico, recoger la basura que genere cada uno, etc.

 

Lo que viene fue lo que más me gustó del viaje. Un camino natural –hecho probablemente por las propias pisadas de los visitantes- te adentra en la mayor riqueza del parque: su naturaleza. Tres horas por una trocha que no deja de sorprenderte con sus impactantes paisajes. Tómalo con calma, respira y descansa sobre una roca o en la cima de un pequeño monte. El destino que yo elegí para pasar lo que restaba del día y la noche hasta el día siguiente fue el Cabo San Juan. Muchos que llegan hasta aquí deciden pasar solo el día, sin embargo hay que tener en cuenta que el parque cierra a las 5 p.m.

Hay una posibilidad de hacer esta ruta al Cabo en caballo, sin embargo el camino –más directo- hace que te pierdas las playas de Arrecifes, Arenilla y La Piscina, tres pequeños paraísos por los cuales transcurres hasta tu destino final.

Cuando por fin llegas al Cabo San Juan, cualquier cansancio o bochorno desaparece. Las piernas que te temblaban se ponen firmes y la mirada nublada por el sol se esclarece. El paisaje es digno de una postal, de una estampa, de una de esas fotos que pones de fondo de pantalla de tu computadora. Sus colores, todos brillantes, parecen estar pintados al óleo. Su tupida selva armoniza con el cristalino mar y sus inmensas montañas sobre las que posa más vegetación.

A Tayrona lo define el azul del mar y el verde de su selva. También lo define los tayronas, el pueblo indígena que habita aún la zona; su asombrosa biodiversidad, sus palmeras, los monos aulladores, las bahías, los senderos que trepan la montaña, las nubes que insisten en bajar, las piedras gastadas por el golpe de las olas, las heliconias silvestres, los helechos.

El Cabo es una de las playas más concurridas por los visitantes ya que cuenta con un restaurante, una bodega y baños. Puedes despojarte a lo largo de la orilla, en el lugar que tú desees. Para dormir, hay dos opciones para alquilar: carpas y hamacas. Sí, hamacas. Esa fue la opción que yo elegí. Estas están ubicadas en dos puntos. Las hay en la playa y en una de las montañas. Esta última, por ser una de las maravillas más grandes que tiene este paraíso, suelen siempre estar llenas, pero con suerte puedes elegir una de ellas. Por ejemplo, ¡yo la tuve!

Tayrona es un refugio de lenguas donde todos los países parecen confluir bajo la brisa marina. La gran cantidad de extranjeros –en su mayoría mochileros- es impresionante y realmente sanador. No importa si decides ir solo (como yo) o en grupo, este lugar parece estar diseñado para confluir.

Algunos consejos

  • Intenta llevar una mochila liviana, no sólo para evitar cargar peso durante las caminatas sino también porque los lockers son pequeños. Igualmente, se pueden contratar caballos para facilitar el traslado.
  • Lleva linterna, cargadores portátiles y baterías externas. En algunos lugares el generador de electricidad se apaga a las 9:00 p.m.
  • No te olvides por nada del mundo el repelente de insectos.

7 Comentarios

  1. Igual estuve en Tayrona, en verdad la experiencia es maravillosa, y si llegaste al Cabo genial! Al igual, recomiendo una mochila liviana porque el camino es largo (a paso firme unas 2 horas, y hasta más) aunque siempre se puede recurrir a los caballos 🙂 lastimosamente estuve en época de lluvia (que nos molestó un poquito) pero aun así fue increíble.
    Gracias por el artículo, me encanta la web.
    Besos.

  2. Me encanto tu artículo, sería súper genial que incluyeras precios; para dar mayor peso a la información. Muchas gracias por la info

  3. Hola!
    Me encantó el artículo, una pregunta crees que sea suficiente ir para semana santa?

  4. Me.encuentro a 5 semanas de hacer el.viaje a Santa Martha y me hace ilusión todo lo que cuentas gracias por.la.info. 🙂

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