Recuerdo a un yo de 17 años caminando por los pasillos de la facultad de Arquitectura con una Vogue bajo el brazo. Recuerdo la fascinación que tenía por algunas editoriales, cómo las imágenes transmitían tanto, cómo los fotógrafos generaban sensaciones mediante la luz o la falta de ella. Recuerdo la pila de revista que poco a poco fui juntando en mi habitación, la forma en la que las atesoraba. Recuerdo también cómo mi padre me repetía que no debía involucrarme en una industria tan frívola como la moda, que debía apostar por algo que valga la pena. Recuerdo que años más tarde me daría cuenta cuán equivocado estaba.
Hace aproximadamente 4 años recibí una llamada mientras estaba en el gimnasio. Era una señorita de la escuela de Humanidades de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, me invitaba como ponente en una conferencia sobre Lima y sus diversos rostros. Mi tema era moda y cómo la ciudad había generado identidad en base a ella. Yo había realizado para ese entonces un par de desfiles, algunas campañas, y durante mis primeros años en mi nueva carrera como comunicador en la Universidad de Lima, algunos análisis estéticos o trabajos de filosofía relacionados a moda. Algo de esto debió despertar su interés. No lo sé. Solo recuerdo la emoción en mí y esa sensación de que algo hiciste bien.
Ese mismo día llegué a casa y empecé a investigar sobre el tema. Y fue en esta exhaustiva y loca investigación que me crucé por primera vez con el trabajo de Franca Sozzani. Este artículo no pretende ser un recuento de su vida, sobre esos hay muchos y les puedo recomendar los del New York Times y la nota de Anna Wintour en Vogue, sino sobre cómo el trabajo de una de las editoras más trascendentales en Condé Nast influyó la visión de un joven limeño, traspasando la barrera de lenguaje (pues no hablo italiano) para centrarse en la fotografía.
Este último detalle fue el moto de la editora al tomar las riendas de la edición italiana.
“Nuestro idioma es solo hablado y leído en Italia, no estamos en un idioma como el Inglés que todo el mundo habla. Pensé en las imágenes como mi lenguaje [..] Incluso si no lees, sabes que este es The Black Issue”
Siempre he tenido una fascinación por las mujeres fuertes, por esas que no temen, por las que se atreven. Por las que llegan lejos, pues en un mundo de hombres soberbios e impositivos, logran brillar con luz propia. Eso precisamente hizo Franca, brilló por lo que creía. Apostó por denunciar en todos los ámbitos en los que la humanidad demandaba denuncias. Habló del peso, de las drogas, de la cirugía plástica, del color y el racismo, de la violencia doméstica, del machismo y del sexismo, habló de todo lo que quiso hablar. Fue vehemente y sorda a las críticas. Creyó firmemente que la moda merecía un lugar en la mesa de diálogo, que no era algo frío y lejano, que tenía que ver con la propia expresión del ser y por eso tenía que hablar de lo que acontecía en el día a día. Empujó los límites hasta romperlos, nunca jugó de acuerdo a las reglas aún cuando su trabajo estuvo amenazado. Fue madre soltera en una Italia machista y estuvo orgullosa de ello. Escribió sobre política y derechos humanos. Fue embajadora de good will para las Naciones Unidas. Apoyó a los diseñadores de África para impulsar su industria con mucho trabajo de campo de por medio. Recibió diversos premios, pero sobre todo, recibió el respeto de una industria que no estaba acostumbrada a ser criticada desde a adentro. Le ganó un lugar importante en el ámbito social cuando todos la veían como un mero intercambio comercial. Franca revolucionó el concepto de lenguaje anticipándose a los cambios que la tecnología traería consigo.
“Hace 26 años Instagram no existía. No era fácil, en cierta forma, entender que las imágenes se convertirían en un nuevo idioma”
Esta visión del mundo caló en mí de una manera irreversible. Entender el porqué la gente viste de cierta forma pues hay una necesidad de expresión detrás de esa selección, es algo que cambia tu vida. Te permite ver más allá del va o no va, te permite profundizar sobre lo que alguien intenta decir en su día a día, en cómo se ve a sí mismo y en su propia cosmovisión. No existe moda sin sociedad y no existe sociedad sin moda, y es aquí donde el concepto de moda pierde toda lejanía pues no se encuentra en las pasarelas, está en el espejo de cada uno de nosotros todas las mañanas. Es por eso que lleva el calificativo de arte, pues así como algunos dibujamos personas con palitos, otros crean Monet’s o Picasso’s y ahí radica la genialidad de algunos diseñadores.
Franca entendió a lo largo de su vida el poder de la expresión individual y visual. Entendió el poder de tener un medio como Vogue en sus manos, el alcance de su trabajo. Entendió que quería poner a una modelo en un traje de Dior y zapatos de Louboutin perseguida por por un esposo que se convertía en verdugo. Transformó el tema en debate, en conversaciones y en soluciones. Fue una verdadera artista de principio a fin y por eso, todos los que encontramos en sus editoriales una luz para nuestros días, le estaremos eternamente agradecidos.
El mundo necesita esas mujeres que se atreven a ser diferentes. A dar un paso. A imponerse. Franca fue una celebración a la misma esencia de lo constituye ser mujer, a la genialidad del género y su trabajo quedará plasmado en la historia.
Si quieren conocer un poco más sobre su vida y obra les recomiendo ver In Vogue: Editors Eye y Franca: Chaos & Creation, un documental realizado por su propio hijo Francesco.
Muy buen artículo que describe a la gran Franca. Se nos fue una gran mujer que nos deja un gran trabajo lleno de mensajes y reflexiones del mundo de la moda.
PD: recomiendo corregir el apellido del gran artista Picasso. Me parece que lo vi con ZZ.
Gracias por escribir artículos como este, nos da una visión mas profunda frente a lo que no es vendido todos los días en cuanto a la moda refiere. Bravo!